-“¿Vos es que querés un hueco en el estómago o qué? ¡Pasáme
lo que tengás hombre!”.
-“Parcero pero si eso es todo lo que tengo”.
-“¡Los bolsillos!¡Vaciáte los bolsillos rápido!”.
-“Parce ya te dije que eso es todo lo que tengo, ¡dejáme
ir!”…
El reloj andaba a eso de las 9:00 p.m., llovía de manera gentil,
pero era suficiente para hacer a la gente buscar refugio en sus casas. No se veía
nada más que la silueta de un joven caminando por la oscura y solitaria calle,
intentando cubrirse de la lluvia bajo los techos. Se escuchó el agudo sonido de
un celular y el joven se detuvo mientras buscaba en lo profundo de su bolsillo.
Habló durante un par de minutos y notó que la lluvia había cesado un poco, por
lo que re emprendió su camino, pero tras avanzar unos metros se percató de que
una oscura silueta se movía detrás de él. Un poco nervioso se volteó y miró a
los ojos al sujeto que acababa de aparecer, un tipo alto, delgado, de pelo
largo, con una gran cicatriz en la cara, justo debajo de su ojo, que lo miraba
prácticamente revelándole sus intenciones.
El joven intentó ignorar al extraño sujeto, que caminaba
exactamente detrás de él, pero cada vez se le hacía más difícil, ya que estaba
más y más cerca con cada paso. Entrando en pánico, el desesperado joven se lanzó
hacia la acera contraria con la esperanza de perder a aquel sospechoso hombre,
pero para su horror el sujeto hizo exactamente lo mismo.
A este punto el muchacho ya estaba bastante seguro de lo que
pasaría a continuación, por lo que en un último intento por evitar el suceso,
hechó a correr. No alcanzó a dar siquiera dos pasos, cuando sintió un fuerte
apretón en el brazo, seguido de un tirón.
Al estar al lado de su agresor podía notar su agitada
respiración y cómo un extraño objeto, que no sabía si era un arma o una
herramienta, amenazaba con atravesar su abdomen.
Forcejearon durante un segundo o dos, pero las fuerzas del
joven lo abandonaron al escuchar las frías palabras del hombre:
-“Quedate quieto y callado si no querés que te deje como un
colador. Pasáme lo que tengás”.
El joven, resignado y enojado, le entregó el dinero que
llevaba en el bolsillo.
-“¿Vos es que querés un hueco en el estómago o qué? ¡Pasáme
lo que tengás hombre!”.
-“Parcero pero si eso es todo lo que tengo”.
-“¡Los bolsillos!¡Vaciáte los bolsillos rápido!”.
-“Parce ya te dije que eso es todo lo que tengo, ¡dejáme
ir!”.
-“¡NO ME CREAS GUEVÓN! YO TE VI CUANDO ESTABAS HABLANDO POR
CELULAR. ¡PASÁMELO!”.
Ante tal afirmación no había forma de esconder la verdad, no
le quedó más remedio que entregar todo. El hombre tomó aquel botín, dio media
vuelta y empezó a caminar como si no hubiera pasado nada, dejando allí al
joven, asustado, anonadado, pero sobre todo furioso por la impotencia que
sentía.
Aquel joven soy yo.
Mi nombre es Julián Restrepo, soy estudiante de Primer
Semestre de Publicidad en la Universidad Santiago de Cali. Soy un estudiante
común, que obtiene calificaciones comunes y vive una vida universitaria común,
pero en el colegio las cosas eran diferentes.
En mi colegio no era todo tan “color de rosa” como es ahora.
Normalmente perdía de 4 a 5 materias por período, nunca hacía tareas y me la
pasaba de recocha todo el día. Tal vez lo que me pasó fue un castigo de Dios
por no apreciar los esfuerzos de mis papás para darme estudio, quién sabe, pero
algo sí es seguro, me sirvió, porque de ahí en adelante cambié.
La verdad es que ese día
pasó como cualquier otro. Me desperté con esa mamera de madrugar como a
las 5:30 a.m., me metí al baño, desayuné, etc. Llegué al colegio, vi clases como
siempre hasta el mediodía y salí a almorzar. En ese entonces estaba en séptimo grado, así
que creo que es comprensible que todo me importara un carajo.
A eso de la 1:30 p.m. ya estábamos otra vez en el colegio, y
vimos el resto de clases hasta las 7:00 p.m. Estaba ya en la puerta de salida,
cuando me alcanzó mi mejor amiga Alejandra, una joven morena, de cabello largo
y lacio color negro, piel tersa y suave, y ojos negros y grandes, que
reflejaban su alegre personalidad. Era mi mejor amiga porque teníamos mucho en
común: los dos éramos buenos estudiantes, a los dos nos gustaban las mismas
materias, cosas así, y no sólo lo del colegio, también teníamos los mismos
gustos en comida, música, etc. Me pidió que la acompañara a su casa, porque
tenía que esperar a la profesora de Economía y llegaba a las 8:00 p.m., yo le
dije “ok, te espero afuera” y desde allí empezó a hacérseme tarde para llegar a
mi casa. En el trayecto a casa, después de dejar a Alejandra en la suya, al pasar
por la calle más sola que había visto en mi vida, fue que ocurrió todo.
No me esperaba para nada lo que pasó, pero de alguna manera
lo agradezco, ya que cambió la forma en que veía muchas cosas en esa etapa de
mi vida, pues uno de chiquito se cree que es el más bravo y que a uno no le
pasa nada, pero ¿qué más prueba que esa, de que es pura mentira? De alguna manera
me hizo crecer como persona y esa es la única razón por la que no me arrepiento
de haberme quedado ese día hasta tarde en el colegio.
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