lunes, 14 de septiembre de 2015

Escribo para relajarme

Historias reales, historias ficticias, guiones, ideas, cosas sin sentido. Vaciar mi mente frente a un papel o frente a un teclado, es una de mis maneras de tomar un segundo aire cuando lo necesito.




-“¿Vos es que querés un hueco en el estómago o qué? ¡Pasáme lo que tengás hombre!”.
-“Parcero pero si eso es todo lo que tengo”.
-“¡Los bolsillos!¡Vaciáte los bolsillos rápido!”.
-“Parce ya te dije que eso es todo lo que tengo, ¡dejáme ir!”…

El reloj andaba a eso de las 9:00 p.m., llovía de manera gentil, pero era suficiente para hacer a la gente buscar refugio en sus casas. No se veía nada más que la silueta de un joven caminando por la oscura y solitaria calle, intentando cubrirse de la lluvia bajo los techos. Se escuchó el agudo sonido de un celular y el joven se detuvo mientras buscaba en lo profundo de su bolsillo. Habló durante un par de minutos y notó que la lluvia había cesado un poco, por lo que re emprendió su camino, pero tras avanzar unos metros se percató de que una oscura silueta se movía detrás de él. Un poco nervioso se volteó y miró a los ojos al sujeto que acababa de aparecer, un tipo alto, delgado, de pelo largo, con una gran cicatriz en la cara, justo debajo de su ojo, que lo miraba prácticamente revelándole sus intenciones.

El joven intentó ignorar al extraño sujeto, que caminaba exactamente detrás de él, pero cada vez se le hacía más difícil, ya que estaba más y más cerca con cada paso. Entrando en pánico, el desesperado joven se lanzó hacia la acera contraria con la esperanza de perder a aquel sospechoso hombre, pero para su horror el sujeto hizo exactamente lo mismo.

A este punto el muchacho ya estaba bastante seguro de lo que pasaría a continuación, por lo que en un último intento por evitar el suceso, hechó a correr. No alcanzó a dar siquiera dos pasos, cuando sintió un fuerte apretón en el brazo, seguido de un tirón.

Al estar al lado de su agresor podía notar su agitada respiración y cómo un extraño objeto, que no sabía si era un arma o una herramienta, amenazaba con atravesar su abdomen.
Forcejearon durante un segundo o dos, pero las fuerzas del joven lo abandonaron al escuchar las frías palabras del hombre:

-“Quedate quieto y callado si no querés que te deje como un colador. Pasáme lo que tengás”.

El joven, resignado y enojado, le entregó el dinero que llevaba en el bolsillo.

-“¿Vos es que querés un hueco en el estómago o qué? ¡Pasáme lo que tengás hombre!”.

-“Parcero pero si eso es todo lo que tengo”.
-“¡Los bolsillos!¡Vaciáte los bolsillos rápido!”.
-“Parce ya te dije que eso es todo lo que tengo, ¡dejáme ir!”.
-“¡NO ME CREAS GUEVÓN! YO TE VI CUANDO ESTABAS HABLANDO POR CELULAR. ¡PASÁMELO!”.

Ante tal afirmación no había forma de esconder la verdad, no le quedó más remedio que entregar todo. El hombre tomó aquel botín, dio media vuelta y empezó a caminar como si no hubiera pasado nada, dejando allí al joven, asustado, anonadado, pero sobre todo furioso por la impotencia que sentía.

Aquel joven soy yo.

Mi nombre es Julián Restrepo, soy estudiante de Primer Semestre de Publicidad en la Universidad Santiago de Cali. Soy un estudiante común, que obtiene calificaciones comunes y vive una vida universitaria común, pero en el colegio las cosas eran diferentes.

En mi colegio no era todo tan “color de rosa” como es ahora. Normalmente perdía de 4 a 5 materias por período, nunca hacía tareas y me la pasaba de recocha todo el día. Tal vez lo que me pasó fue un castigo de Dios por no apreciar los esfuerzos de mis papás para darme estudio, quién sabe, pero algo sí es seguro, me sirvió, porque de ahí en adelante cambié.

La verdad es que ese día  pasó como cualquier otro. Me desperté con esa mamera de madrugar como a las 5:30 a.m., me metí al baño, desayuné, etc. Llegué al colegio, vi clases como siempre hasta el mediodía y salí a almorzar.  En ese entonces estaba en séptimo grado, así que creo que es comprensible que todo me importara un carajo.

A eso de la 1:30 p.m. ya estábamos otra vez en el colegio, y vimos el resto de clases hasta las 7:00 p.m. Estaba ya en la puerta de salida, cuando me alcanzó mi mejor amiga Alejandra, una joven morena, de cabello largo y lacio color negro, piel tersa y suave, y ojos negros y grandes, que reflejaban su alegre personalidad. Era mi mejor amiga porque teníamos mucho en común: los dos éramos buenos estudiantes, a los dos nos gustaban las mismas materias, cosas así, y no sólo lo del colegio, también teníamos los mismos gustos en comida, música, etc. Me pidió que la acompañara a su casa, porque tenía que esperar a la profesora de Economía y llegaba a las 8:00 p.m., yo le dije “ok, te espero afuera” y desde allí empezó a hacérseme tarde para llegar a mi casa. En el trayecto a casa, después de dejar a Alejandra en la suya, al pasar por la calle más sola que había visto en mi vida, fue que ocurrió todo.


No me esperaba para nada lo que pasó, pero de alguna manera lo agradezco, ya que cambió la forma en que veía muchas cosas en esa etapa de mi vida, pues uno de chiquito se cree que es el más bravo y que a uno no le pasa nada, pero ¿qué más prueba que esa, de que es pura mentira? De alguna manera me hizo crecer como persona y esa es la única razón por la que no me arrepiento de haberme quedado ese día hasta tarde en el colegio.

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